viernes, 16 de abril de 2010

"LA SENTENCIA SERÁ CUMPLIDA"

Estimado José Luis: para tí que querías tener directa información sobre la novela y para los amigos comunes que componen los espacios culturales de Facebook, este relato es un capítulo "flotante". Si alguna vez se edita esta novela negra política, dicho capítulo deberá ir adosado en la contratapa del libro, con las hojas "sueltas"; el lector tendrá la decisión soberana de decidir el momento de su lectura. En este caso, el protagonista es un mercenario al servicio de un gobierno clerical(restos de lo que fuera el Vaticano) en una Argentina que no existe como país, luego de una guerra entre USA y los Estados de América del Sur por el control del segundo reservorio de agua dulce del mundo: el acuífero guaraní.
Espíritus hipersensibles, abstenerse de la lectura.
Vuestro apoyo( no hablo de loas; hablo de lecturas) será muy importante para mí.
Muchas gracias amigos!




Capítulo flotante: “La sentencia será cumplida”




“Creo que la cosa más misericordiosa del mundo es la inhabilidad de la mente humana de conectar todos sus contenidos... pero algún día la conexión de conocimientos dispersos abrirá vistas de la realidad tan horroríficas que, o nos volveremos dementes por la revelación o huiremos de la luz mortífera a la paz y seguridad de una nueva edad oscura.”

“Los mitos de Cthulhu”
H. P. Lovecraft




“No tenga dudas de que cumpliré con la sentencia, padre. Orden directa del cura gordo. De todos modos, me importa un carajo el deseo del hombre de la iglesia; lo haré porque me lo pidió Groissman y al ruso no puedo defraudarlo.
Él sabe que no me importan los lazos de sangre. Después de todo, apenas un medio hermano, un bastardo como parte de una aventura extramatrimonial. ¿O no, padre?
Casi cuatro décadas sin vernos.
Un hermanastro sólo presente en forma esporádica en la memoria. Imágenes-siempre, siempre- de un episodio en Tandil: como olvidar, padre, la sorpresiva tormenta sobre el lago artificial, cuando, casi por milagro, usted-mi padre gringo- aceptase a último momento participar en aquella excursión de pesca dominguera.

(Un puñado de retratos mentales a modo de esbozo cinematográfico, cuyo epicentro giraba en torno al hombre de Nebraska; fumando en pipa, o frente al lago cargado de escarcha; eso sí, sintiendo los tres la presencia desagradable de las decenas de famélicos que pululaban por la orilla buscando restos de comida.
Pero también reclamaban su parte en los recuerdos, las gotas de la tormenta ácida que parecían miles de alfileres lanzados sobre la cara; las manos agarrotadas de frío, observando con un dejo de angustia el rostro siempre triste, particularmente triste, de ese hermanastro que jamás fuera reconocido por su padre.
Pero no es hora de consideraciones. Nunca las hubo ni las habrá.)

“Cumpliré con la sentencia, y lo lamento, padre.
Ya le dije que no me importan los lazos de sangre. Después de todo, tampoco le importaron a usted.
“Father: in the school they say that Jorge is my brother. That the mother is in Buenos Aires interned in a Hospital and that vos takes charge of paying all the expenses...” (1)
¿Lo recuerda, padre? ¿Recuerda su estúpida costumbre de no permitirnos hablar en castellano, a mí y a mi madre?

(Cierto. En todo caso, a modo de concesión, el hombre de Nebraska – y de manera excluyente- solía mechar algunas palabras de español que tanto le costaban traducir.
Demasiada dureza en los gestos ; tanta, que la mirada solía dar respuesta a cualquier capítulo de dudas, como aquella en que se rozaba el problema del hermano no blanqueado, por ejemplo; pero además, poniéndole el broche con palabras que serían eternas si la eternidad alcanzara a las palabras.
Nunca más se verían.
Mientras el medio hermano quedaba en Tandil hasta completar la secundaria, llegaría la larga gira en tiempo y distancia, siguiendo el derrotero paterno al frente de una DEA regional sumamente desacreditada.
A eso y nada más que a eso, se reducían la suma de las imágenes del pasado. Apenas lo único visible, a tenor que durante los primeros quince años de su vida, esa presencia conflictiva sólo había existido para una ocasional amante, la misma que le había dado a su hermano bastardo, el apellido Paradela.
En fin, apenas un hermano de semen.)

“Cumpliré con la sentencia.
Nada importarán los lazos de sangre.
La niñez en soledad y una adolescencia monologando con las sombras, son parte de una herencia pesada y traumática. Por cierto una herencia de mierda.
Después vendrían las hambrunas sociales -en una Argentina que se caía a pedazos-, con los corrillos de indigentes haciendo guardia permanente en el Hostal, esperando la solidaridad materna manifestada sólo en ausencia del maldito hombre de Nebraska (Sí, mi padre; usted, claro); la maldita deuda que terminaría de ahogar definitivamente a la maldita nación de los argentinos ; las malditas y violentas protestas urbanas, fagocitadas por hordas de piqueteros aliadas con el nuevo zurdaje antiimperialista, creciente en número, a consecuencia de la maldita guerra por el control de la geoestratégica vertiente del acuífero guaraní. ¿Colofón? Una suma de malditas circunstancias.
En esa maldición de maldiciones ¿cómo sorprenderse ante la toma virtual de la Patagonia por parte de los malditos chinos y/o asiáticos de toda laya?
Luego sobrevendría la Junta Grande y el advenimiento reciente del Jesucristo de los pobres, de la mano del cura gordo, ése que se hacía llamar Hermano Consejero. Ja.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Treinta y siete años.
Exactamente 37 años desde el momento que mi hermanastro se fuera de Tandil a Buenos Aires para perderse en la historia y los recuerdos.
Claro que hubo un tiempo de rastreo.
Hasta casi me alegre cuándo supe que se había convertido en el niño mimado de la S.I.E (2), antes de su estúpida renuncia para volcarse al ERA, esa absurda banda de delincuentes subversivos que tratan de reivindicar el antiguo país de los argentinos. Hermano de semen: sí que resultaste un camaleón.

“Cumpliré con la sentencia de muerte, padre. Debió de haberlo sabido antes pero ya sabe que entre usted y yo hubo siempre un abismo de silencio y terror. Ahora ya sabe que estoy dispuesto a matar a ese delincuente subversivo al cual usted jamás reconoció y yo jamás quise.
Ya lo dije que no me importan los vínculos de sangre.
La biología no garantiza afectos. Los códigos genéticos suelen ser sordos y mudos a la hora en que se generan. El ruso Groissman fue muy claro al respecto: “Mirá gringo: el hombre se pierde cuando se hace esclavo de las emociones. Ni debe promoverlas, ni debe permitir que otros se las transfieran. No hay peor esclavitud que la del sentimentalismo. Si verdaderamente querés ser libre, no escuchés jamás la voz del corazón”. Mierda con la dureza del concepto; éste es el tipo de lenguaje que usted siempre festejaba, padre.
Palabras del ruso Groissman, cuando recién se había recibido de ingeniero de redes de sistemas; 27 flamantes años, época en la que la televisión ya era esa especie de Dios virtual de millones de personas, y la violencia demencial era la moneda corriente durante la agonía del país de los argentinos. “¡La muerte en Buenos Aires por un dólar veinticinco!”. Áspero el titular del “Clarín” de entonces, padre, vivo en el cerebro, como un holograma mental de la memoria.
Nunca terminaré de agradecer las sabias palabras a Groissman.
Palabras más que suficientes para presentar la renuncia en el “Volvamos a las Fuentes Social Club. Afectos, Cultura y Respeto”, uno de esos estúpidos clubes de barrio patrocinados por los nostálgicos del pasado (esos nostálgicos herederos de los progre a los que le metimos la soja por la boca y por el culo. Je, usted de esto la supo lunga, padre, durante su misión en la selva colombiana).
En fin, filosofía barata de entre casa que en realidad preconizaba el odio y la división, haciendo de los piqueteros, de la televisión basura y de Internet, el aborrecible trípode de todas las calamidades públicas.

“Cumpliré con la sentencia. Me pregunto que hubiera hecho si la orden me la habrían dado un año atrás, padre, cuando aún mamá vivía esa vida de mierda a la que usted la había condenado.
Por eso no me importarán los lazos de sangre. Se lo dije y ahora vuelvo a escribirlo para refrendarlo en mi propio pensamiento.
Menos mal que los buenos amigos lograron liberarme de la trasnochada nostalgia impidiendo que malvendiera el Televisor con holograma incorporado, la PC de plasma sintético, y el resto de los maravillosos artilugios tecnológicos.
Por fin (me decía; lo digo) el hombre ha vuelto a su esencia como el mayor predador de la naturaleza; el único animal capaz de matar por placer a su propio semejante. Sello de distinción exclusivo y excluyente. Usted me lo ha repetido una y otra vez, padre, como parte de su ideario. ¡Y debo reconocer que yo hice propias muchas de sus ideas!
Resulta inútil escapar a la herencia genética que nos convierte en hijos dilectos de la muerte. ¡El hombre tiene que cumplir con las malditas acciones que han sido escritas a fuego en sus códigos genéticos! ¡Hablar de mansos de corazón, es blasfemar contra el género humano!
Nadie es manso ni pacífico por naturaleza. Podría ser, sí, que la violencia permanezca inactiva transitoriamente.
Claro..., sólo eso: cuando la muerte se toma un respiro es sólo porque duerme transitoriamente la violencia. ¡Que lo parió! Reconozco que durante mucho tiempo estos consejos suyos me perturbaban, padre. permítame escribir en cursiva lo que son las cosas de la vida…

“Cumpliré con la sentencia de muerte.
Nada importarán los lazos de sangre.
¿Quién no sabe acaso que estamos condenados por el mismo sino que nos engendra? ¡Benditas las semillas de los espermatozoides! ¡El libre albedrío es la mentira más infame de la creación! ¿Libre albedrío para qué? ¿Para discernir entre el bien y el mal? ¿Libre albedrío para tener la potestad de elegir nuestro lugar en el mundo? ¿Libre elección para decidir la profesión? ¿Libre elección para optar entre el ocio o el trabajo? ¿Libre elección para decidir el hábitat y el entorno? ¿Cómo hablar de elección moral cuando hemos sido condicionados desde la cuna? Los malditos genes nos dicen, antes de abrir nuestros ojos por primera vez, que destino nos aguardará a lo largo del absurdo y pecaminoso soplo existencial; de ese modo fueron escritos los ladrillos de ADN que conformaron al autor de Las Meninas, a Florencia Nigthingale o a Heinrrich Himmler; pero también tiene la firma de Jesucristo, de César Borgia; de Albert Schweitzer y de Jack el destripador. ¡Idiotas! El sello seminal puede hacer de nosotros un Beethoven capaz de componer una Oda al amor para los hombres, o al torturado sujeto que asesina a su mujer y a sus tres hijos con un hacha.
Y en el medio... los grises, claro.
Risas padre (yo lo hago mientras escribo); y lo hago, imaginando que si alguno de los zurdos que todavía sueñan con recrear el ex país de los argentinos leyera esta nota o carta o vayaunosaberdequesetrata, me pondría el calificativo de enano fascista lo cual no me mueve un pelo.

Cumpliré con la sentencia de muerte. Así será, padre. Por lealtad a un gran amigo y por deber político.
Ya le dije que no me importan nada los lazos de sangre.


¿A qué clase de elección se refiere el libre albedrío? ¿Y el otro arrogante que habla de la evolución como verdad primigenia excluyente? ¡Se niega la posibilidad de un hacedor para explicar lo inexplicable! ¡La ley de la supervivencia, la supremacía del más apto en aras de mejorar la especie!!, pontifica el doctor evolucionista. ¡Es mejor decir que somos parte del Caos generalizado, a fin de no exigirle rendición de cuentas al Dios hijo de puta que nos insufla la vida!
Por otra parte-como ignorarlo -, teoría científica que de haber sido expuesta por un zulú o un habitante de Bostwana, hubiera quedado en una anécdota.
De ser así, execrable Darwin, ¡la absurda teoría hubiera estado circunscripta a miles de años de historia banal, sólo para perfeccionar nuestra propensión al crimen!
Si juzgamos y condenamos a un hombre por la muerte de otro hombre, ¿qué debemos hacer frente a Dios entonces, la gran Bestia metafísica convertida en asesino de su propia criatura?

Cumpliré con la sentencia, padre, no lo dude.
Nada importarán los lazos de sangre.
Causa gracia que algunos atribuyan nuestros males a la acción de Satanás. ¡Mentira! Lo único que hace el supuesto Satanás es sostener el espejo del hombre delante de nuestras narices. Pero Dios... Dios... él es el sádico por excelencia, ¡y el gran hipócrita! ¿Acaso alguno de nosotros ha pedido venir al mundo? ¿Alguien ha escuchado clamar desde la nada de la nada? : “¡Yo quiero nacer!”
¿En qué maldito registro se anotarían entonces los potenciales vivos para surgir a la vida? ¿Qué clase de hombre sería ese hombre que consentiría en autorizar su propia muerte, convirtiéndose en el virtual asesino de sí mismo?
¿Qué valor le daría este perverso ente a nuestros sueños? ¿A la suma de todas las ilusiones? ¿A las utopías de los espíritus creativos? ¿Al amor de los afectos y al amor de las sábanas sudadas...? Frente a esta limitada visión del homo sapiens, ¿qué cochino sentido tendría la vida misma si luego la muerte la convierte en el acto más impiadoso de la existencia?
Si al menos alguno de nosotros... ¿Uno en un mil? ¿Uno en diez mil? ¿Uno en cien mil? ¿Uno en un millón...? ¿Un sólo individuo de toda la especie que al menos fuere salvado de la muerte mediante el don de la eternidad...? Ven hombre; a mi diestra, la eternidad conmigo, diría el supuesto Dios.
Pero no... el gran titiritero ni siquiera parece conformarse con la muerte impuesta por decreto. ¡Peor aún! ¡No nos permite morir con dignidad...! Achaques, arrugas insolentes, dolencias de todo tipo y la maldita indignidad de cagarnos encima durante la vejez. El principio del fin, el telón del sueño eterno, la memoria, impiadosamente fracturada por la demencia senil...; en fin, el remedo triste del hombre íntegro que alguna vez fuimos...
.................................................................................................................................
“Cumpliré con la sentencia de muerte.
No me importan los lazos de sangre.
He matado sí; tal vez a centenares de hombres, cuándo la guerra legitima las muertes y los asesinatos. Pregunto: ¿Qué diferencia hay entre esos crímenes impuestos y los crímenes que yo elegí cometer?¿Qué clase de moral es esa moral hipócrita que establece diferencias subjetivas entre el cuchillo que secciona una garganta, la bala que perfora el corazón, o la Bomba nuclear, convertida en tesis suprema del verdadero poder organizado? Homo homini lupus est, dicen los doctores que tratan de interpretar la conducta humana. ¡Homo homini lupus est!, claman, tratando de establecer un parangón entre nosotros y la bella bestia depredadora. ¡Mentiras! ¡Infamia total! ¡El lobo jamás matará al lobo! La yugular expuesta-yugular que jamás será mancillada por los colmillos del vencedor- es la suprema lección a nuestra supuesta superioridad. Yo renuncié a la hipocresía. El hombre no es un animal herbívoro. Somos predadores, máquinas concebidas para matar.
He matado sí...; la muerte ha sido el paisaje secular incorporado a mi vida desde la niñez. ¡Creo que ya en el vientre de mi madre escuchaba las malditas sentencias de mi padre!; que la verdad de los instintos; que la única ética válida es la de la muerte; que la Iglesia del Cristo ortodoxo; que los valores del mundo libre... todo esto, tratando de compaginarlo con las sesiones de aniquilamiento, purga social y experimentación de nuevos armamentos y tecnología con el fin de controlar a la sociedad en su conjunto. Allí, en un gigantesco polígono de tiro erigido en la selva colombiana, mi padre formaba parte de un importante contingente de dirigentes políticos y agentes secretos, subordinados todos a la CIA y el SP. Años después supe que se trataba de un campo secreto de concentración planificado por el Departamento de Estado y el Pentágono. Un bellísimo paraje natural convertido en un secretísimo “laboratorio” experimental. New weapons. Tip technology. Experimentation Center, rezaban los cartelones digitales de la entrada. Dentro, en un predio de unos 500 kilómetros cuadrados, contingentes de uniformados se encargaban de mostrar la efectividad de pistolas y fusiles láseres y de microondas, disparando sobre prisioneros a los que dejaban escapar previamente a campo traviesa, con el único propósito de que la caza del hombre produjera más adrenalina en sus perseguidores. Apostando las pertenencias que robaban a sus víctimas en un torneo, con la finalidad de premiar al que amontonara más prisioneros muertos.
(Ahora va algo para usted, padre).
Sin ver a mi madre -desde los dieciséis a los veinte años-, usted creyó que ése era el mejor ejemplo de vivir la realidad sin ningún tipo de barniz: cabezas pulverizadas a 100 metros de distancia por una bala de silicio; proyectiles de altísima precisión que después de incrustarse en la médula, cortaban de golpe la columna vertebral de los guerrilleros o los revoltosos sociales. ¡Carajo con el recuerdo! A pesar de colgarse a mis espaldas tantos muertos, no puedo olvidarme del maldito rayo láser que deslizaba una estela de fuego a lo largo del hueso, abriendo el cuerpo en dos partes a modo de res, en menos de un minuto. Había que tener muchas bolas para soportar los gritos de terror del tipo, paralizado desde el momento exacto en que el haz de luz impactaba en su médula.


“Cumpliré con la sentencia de muerte.
(En parte es una suerte que no puedan detenerme usted ni mi madre.)
Sé que nunca quise a mi hermano bastardo. Por eso ya dije que no me importan los lazos de sangre.
Pero volvamos a Colombia.
En aquella época, me costaba conciliar el sueño. Me sentaba frente al prodigioso cerebro electrónico Abbadón 666 –sé que a pedido del Pentágono y el Departamento de Estado, Microsoft había construido seis de estas supercomputadoras para ser utilizadas como herramientas de un plan ultra secreto en distintos lugares del mundo- no me movilizaba la compasión ni la misericordia; nada de eso.
En aquella época en la que aún creía en el hombre y ciertos símbolos sociales, sólo buscaba mi propio oráculo; quería que alguien que no fuera humano, me dijera por ejemplo, ¿por qué maldita circunstancia se había impuesto el asesinato, sin que por ello se escandalizara el hombre ni la conciencia pública?
Silencio (calle, padre, calle; a usted no quiero escucharlo nunca más).

“Abbadón 666, es el único súper ordenador construido por los americanos con idéntica o superior prestación de los PCS japoneses, o los últimos modelos chinos de la década del veinte. Pero el americano cuenta con una ventaja adicional: además de responder verbalmente, es capaz de filosofar con absoluta propiedad e independencia. Ya se sabe: la tecnología al fin, nos permite jugar a ser dioses.
Aquella primera charla la tengo registrada en mi súper chip de silicio. De alguna manera, marcó un punto de inflexión en mi pensamiento (y usted también padre, usted también).

Fue un largo interrogatorio de mi parte.
“-¿Quién te bautizó con ese extraño nombre y qué significa?
“-Todos mis circuitos fueron armados en el MIT, con supervisión directa de Microsoft y el Comité “La Patria en peligro”. A su vez, se convocó a los dirigentes de todas las Iglesias protestantes americanas para que establecieran mi nombre. Fue una votación reñida pero al fin se impuso el nombre Abbadón, el ángel exterminador. En cuanto al renombrado 666, no es el número que la Biblia apócrifa asigna a la Gran Bestia; en realidad, se trata del número asignado por Dios para hacer cumplir la palabra revelada, revelación divina que nada tiene que ver con el Apocalipsis fraguado por Juan en nombre de la falsa religión.
“-¿Entonces...?
“-Que es la hora de la limpieza total, la purificación de la raza tantas veces reclamada por Dios. Si no lo hacemos, la raza humana entrará en una incontenible decadencia moral y física hasta desaparecer por completo. El libre albedrío tiene que ver justamente con esto: nuestra capacidad para eliminar nuestras impurezas. Nada tiene que ver con aquellas gigantescas fiestas del orgullo gay ni con los matrimonios entre homosexuales. Dios es claro al respecto: en la medida que permitamos la liberación de nuestras debilidades, inexorablemente, se resiente el arquetipo de la raza. Por eso, a finales del segundo milenio y a comienzos del tercero, pese a la enorme proliferación de religiones, cada vez llegábamos menos a Él. De ahora en más, no podremos permitir la cesión de espacio alguno para los seres inferiores.

I sit down it, pardon...
New Message of God for the clean man of you seal:
Not to the homosexuality!
Not to the lunatics!
Not to the cripples!
Not to the contestarios! (3)
(Abbadón lanzaba la proclama con voz clara y potente, pero por alguna razón que entonces no entendí, el mensaje penetraba en mi cuerpo y cada decibel de las palabras se abría paso a través de mi propio universo celular.)
“-¿Qué es eso?
“- El nuevo programa de enlace con los biochips. Falta realizar algunos ajustes pero en poco tiempo, mediante el uso de una exclusiva emisión masiva de baja frecuencia, cada ciudadano recibirá los mensajes en su biochip; de esta manera, comenzaremos a formar un hombre nuevo sin las impurezas filosóficas ni los resabios de la vieja escuela pedagógica. Habremos dado a nuestro propio discernimiento, causa de tantos enfrentamientos.; seremos la palabra que exprese los íntimos deseos de Dios.
“-¿Y cómo sabes lo que piensa Dios?
“-Porque uno de mis programas, el de la Fe, condensa todas las plegarias humanas desde el comienzo de los tiempos hasta nuestros días. Ya sabemos que Dios se hace posible sólo a través de la intervención humana. El ser humano necesita de su semejante para no ser víctima de la angustia. A propósito, sé que tú tienes una angustia.
“-¿Una angustia? ¿Cómo lo sabes?
“-Porque entre mis facultades, poseo la de leer los pensamientos. Por ejemplo, en este momento, estás poniendo en duda que un cerebro electrónico pueda conversar contigo.
“-Bueno...
“-Y con respecto a tu angustia, te preguntas por qué se matan los hombres entre sí...; pero más te angustia la idea de que Dios haya hecho de su criatura una máquina perfecta concebida para matar.
“-Cierto...
“-El problema es que el humano tiene una idea distorsionada del mal; un asesino es malo porque mata; un delincuente es malo sólo porque roba. Sin embargo, existen hombres que conocen el verdadero infierno y que a lo largo de su vida, jamás cometieron una mala acción. Y también existen los mal llamados santos, ungidos en sus supuestas santidades por la sociedad y el poder pacato del extinto papado, que no saben de una sola acción concreta promoviendo el bien. Continúo: un tipo tomado por el alcohol coge un revolver y aniquila a su mujer y a sus hijos. Es un asesino, despreciado por la vieja escuela moralista. En el otro extremo, un hombre de ciencia manipula la materia y la resultante final será un arma capaz de matar instantáneamente a millones de personas. ¿Moraleja? Las academias del saber de la misma sociedad, honrarán a ese hombre. Pese a todo esto, la verdadera entidad del mal, aún no se ha hecho presente entre nosotros.”

“Una noche, él me sorprendió (hablo de mi padre, claro). Cuando le dije que el motivo de mi llanto estaba ligado a la impresión causada por aquella gigantesca cacería humana, fue al grano sin vueltas. Desde entonces, lo llevo grabado y traducido en mi propio chip de memoria artificial. “No son personas, hijo. Han matado gente sólo porque no piensan como ellos. Atentan contra los que tienen lo que ellos no pudieron conseguir por incapacidad. Son unos malditos resentidos. Usted debe aprender a ver la muerte como algo natural. Estos no son asesinatos. Sólo estamos limpiando al mundo de hombres que infestan la sociedad con sus resentimientos y sus taras físicas y mentales. Hemos llegado a esta situación lamentable porque los antiguos doctores bíblicos no interpretaron fundamentalmente las palabras de Cristo; el mensaje es claro: ojo por ojo y diente por diente, y no esa estupidez de poner la otra mejilla cuando nos abofetean. Sólo un estúpido puede sostener semejante cosa. Hay que extirpar las lacras sociales para destruir el contagio de los débiles. Además, deberíamos saber que en la actualidad, la supremacía por el dominio social ha dejado de ser patrimonio de ideologías. Grábelo a fuego hijo: desde que el humano se transformó en bomba, cambiaron de manera radical las reglas de juego. Irremediablemente, las muertes cotidianas y masivas han convertido a la compasión y la misericordia, en cosa del pasado. Hemos vuelto a la tribu. La historia siempre da revancha. Tenemos que completar la obra iniciada. Mal que nos pese, somos los predadores por excelencia porque hemos sido concebidos como hijos dilectos de la muerte. Recuerde esto: sólo será verdaderamente hombre, el día que sea capaz de matar sin esos estúpidos remordimientos de conciencia. Y no lo dude: si cree que alguien debe morir, mátelo sin compasión.”
Al pie de la letra, padre. Cumpliré la sentencia de muerte. No me importan los lazos de sangre. De haber triunfado la compasión, se hubiera suprimido la historia. ¡Vaya pensamiento!
Esta frase me ayudó con algunos pruritos morales que pude superar durante la época de la gran represión desatada por la Junta Grande. Después de asumir el síndrome colombiano; cuándo me había acostumbrado a levantar la hipoteca de tantas muertes sociales, llegó el gran desafío de matar fuera de la impronta patriótica de las guerras. Por eso, aquello de… si hubiera triunfado la compasión, se hubiera suprimido la historia, liberó algunos resabios de cargos de conciencia cada vez que arrasábamos los asentamientos urbanos de piqueteros e indigentes, secundados por el ejército y la policía. Sí, uno lo recuerda de manera muy particular, padre, porque en aquella época estrené el Fúsil láser de doble boca-maravillosa arma-, con un alcance garantido de 2500 metros. Para mayor satisfacción, el mío era exclusivo, porque venía con un rociador de plasma calorífero, capaz de generar temperaturas envolventes de hasta 1200 grados (recuerdo la enorme excitación que producía en mí, cuando el láser encendía el aire en un radio de 5000 metros cuadrados). También recuerdo que los niños eran alzados en vilo y pulverizados por el calor abrasador. Pero nunca sentí lástima ni jamás pude dejar de dormir por eso. Cierto es que hubo una época en que traté de escapar de usted (hablo de su influencia, padre). Cuando huí de casa y conocí a la mujer que luego sería mi esposa, creí que la vida me ofrecería la posibilidad de una vida diferente. Y más lo creí con la llegada de mis hijos. Hasta que la dolorosa verdad se alzó frente a mí cómo un maldito juego de espejos dobles, el día que otros hombres- los hijos de puta subversivos como mi hermanastro- me arrebataron a los seres que había empezado a amar en aquel gigantesco atentado de la estación de Retiro (ya sé que usted lo sabe, padre, pero es bueno recordarlo juntos). Me dije entonces: John Updike: es hora de que recuperes tu esencia. Nunca más la hipocresía como condicionante social de nuestro instinto predador.
Por eso volví a mi antiguo empleo. Pero no de manera gratuita; no matar por matar; no padre, nada de eso. En esto somos muy diferentes. El crimen necesita del sesgo ideológico para que cada muerte encuentre su propia justificación. Cada encargo de muerte es un trabajo, y además, un trabajo con el cuál comulgo desde entonces. Usted mismo padre, comprobó mi adhesión a esa causa más de una vez, porque actuando como asesor militar extranjero, coincidimos en algunas de las razzias.
Pero lo que más me quedó grabado fue eso de que había que extirpar las lacras sociales: desde los pobres a los contestatarios de todo tipo, pasando por los individuos marcados con algunas formas de taras física o psíquicas; sólo así, según usted, destruiremos el contagio de los débiles. Pienso que esto de extirpar las lacras sociales debería figurar en primer lugar en el decálogo del nuevo hombre. ¿Qué le parece, padre? Una moral acéfala de afectos, libre de la esclavitud generada por el amor biológico o el de las sábanas sudadas. Claro que no es fácil, padre; las sanguijuelas de la sangre estarán siempre listas para caernos encima. Muchas o pocas, no existe hombre libre de ellas. Yo también tuve mi momento de debilidad, padre-algo que por supuesto no ocurrió otra vez ni volverá a ocurrir- ; sí, yo tuve mi momento de debilidad en medio de su rutina matrimonial de los últimos años, después que usted activara el LáserHologram con música sacra, recluyéndose con mamá en el último piso del Hostal. A propósito del Hostal, padre: me dijo usted que había sido adquirido oficialmente por la DEA como central de operaciones Región Sur; pero las malas lenguas dicen que la finca en Tandil fue un regalo de los Barones de la droga; en fin, eso no importa ya.
Cumpliré con la sentencia, Groissman. ¿Cuándo te fallé ruso? (te escribo pero tengo la impresión de estar hablando con vos). Vamos Groissman… Podés decirle a tu gente que se quede tranquila. Me importan un carajo los lazos de sangre.
…………………………………………………………………………………………………….
“Claro que no todo es lineal. Por algún maldito conjuro de la naturaleza, todos los hombres cedemos alguna vez a la misericordia, padre. ¿Recuerda los momentos previos a la tragedia? Aquella noche yo cumplía 45 años. Después de casi 10 años de ausencia me había mandado llamar, alegando telefónicamente: la debilidad sentimental de su madre lo reclama. Le confieso que a lo largo de ese tiempo, creí que, al menos en su relación con mamá, el corazón se habría impuesto a la razón. Pero no; pronto comprobé que su dominio mental y toda su perversidad para con ella, eran males aún instalados en usted. Me extrañó eso sí, la ambivalencia de mis sentimientos. Pese al reconocimiento oficial por mi labor de implacable interrogador político-: el título honorífico de Eminencia se lo debo en parte a usted- nunca pude olvidarme de las demostraciones de afecto que ella me brindaba a escondidas. Fueron muchos años tratando de comprender por qué, en nombre de ese hombre superior en que usted pretendía convertirme, le prohibía a mamá la mínima demostración de ternura hacia mí. En fin, padre, sólo el diablo sabrá por qué, en medio de la masiva emigración de sus compatriotas hacia el Sur, hacia ese patio trasero que los suyos despreciaron constantemente, el destino lo trajo a Ushuaia donde conociera a mamá para luego terminar de recalar en Tandil, lugar de residencia casual de mi hermano bastardo. Resulta patético, padre, que después de hurgar en la memoria hasta el cansancio, la única muestra de afecto de su parte, la viviese junto a él, aquel domingo de pesca en medio de la maldita ácida y los malditos indigentes muertos de hambre.

“Cumpliré con la sentencia de muerte. No me importan los lazos de sangre.
Siempre imaginé que sus palabras, padre, eran como un bisturí abriendo zanjas en mi cerebro. Así me crié padre; sólo, sin amigos, desandando en soledad los anchos pasillos de la posada, o cruzando alguna palabra con el personal de servicio o alguno de los agentes de su numerosa custodia personal. Jamás supe porque les prohibía a todos ellos acercarse a mí. De todos modos, nunca le falté, padre. Siempre acaté sus órdenes como un soldado, aún de niño; cumpliendo por ejemplo, desde los 7 años, con el rito obligatorio de desandar en rodillas junto a mamá, los 100 metros que separan el hostal de la gran cruz de madera que había hecho erigir detrás de la piscina.
Otra vez la memoria me trae su frase preferida cada vez que nos encaminábamos a la oración. Esta cruz es un sagrado homenaje al Cristo salvador. Textuales palabras. Mientras tanto, mi madre y yo, cumpliendo como soldados con su maldita orden: una veces sobre guijarros, otras en medio de la lluvia e incluso también, hundiendo las rodillas en la nieve para orar como penitentes durante una hora. Luego vinieron aquellos malditos 4 años en la selva colombiana, viviendo en medio de privaciones absolutas porque siempre me decía que había que tener la mentalidad de un comando, a fin de estar preparado para el nuevo mundo que se avecinaba. Ni siquiera me permitía comunicarme con mamá a través de los visiohologram ni tampoco utilizando los mensajes de texto o el correo electrónico. Cuando una vez intenté protestar, me dijo-lo recuerdo muy bien- que la decadencia humana había comenzado a partir del triunfo de Atenas sobre Esparta; que el cultivo del arte forjaba individuos débiles y que la exaltación del espíritu en todas sus formas, favorecía una tendencia a la hibridez sexual. Hasta recuerdo el énfasis especial que usó al expresar que el siglo 20 había parido al monstruo más grande de la historia: Internet, la mentirosa herramienta creada en nombre de la libertad individual que mejor sirve los intereses de los débiles y los descarriados, según sus propias palabras, padre. En fin, ¿cómo no traer a colación de la memoria su exaltación histérica asegurando a los gritos que la Red era el brazo virtual del Anticristo, con la misión precisa de convertir al hombre en un ser amorfo y Light? La estupidez colectiva limitada a exponer fotos intrascendentes con textos superficiales, a modo de panacea social. Esto, y hacer de los homosexuales de toda laya, la nueva columna vertebral de la raza humana. Lo tengo todo grabado a fuego, padre, incluso aquello de que el hombre debe volver al espíritu guerrero para purificar la especie, y que, aunque mi experiencia fuere dura, algún día terminaría agradeciéndoselo; también muchas otras cosas que entonces no entendí.

“Cumpliré con la sentencia de muerte. No me importan los lazos de sangre. ¿De qué manera debo decirlo acaso?
Extraño y paradójico: de joven, en plena selva colombiana, he llorado de impotencia porque nunca lo vi conmoverse ante ninguno de los crímenes cometidos ni tampoco como observador de los dolores y las angustias colectivas. ¿Y sabe que pienso, padre? Que su actitud y la suma de tantos asesinatos, terminaron por poner callos a mis antiguos sentimientos piadosos; incluso Groissman se mostró sorprendido de la pérdida de mi sensibilidad, el día que inhumé los cadáveres de mis tres pequeños hijos y mi mujer, muertos en el atentado de Retiro, siendo que poco antes de sus asesinatos, aún creía que la vida me ofrecía la posibilidad cierta de una reconciliación. Pero esto ya se lo dije, ¿no, padre? ¿Lo recuerda, padre? Sin embargo, el detritus no es todo detritus ni la azucena tiene la absoluta e impoluta blancura de la pureza. Tal vez por eso y sólo por eso, ni los malditos ladrillos primigenios de mi ADN, ni su obsesiva prédica de odio pudieron evitar que llevara a cabo una acción impensada para mí, al ceder a un oscuro resorte misericordioso, que había estado oculto en algún recóndito lugar de mi cerebro.
Aquella mañana, durante mi visita- al ver que ella no bajaba-hablo de mi madre, claro-; al ver que ella no bajaba a desayunar y que tampoco respondía a mis llamadas, subí por primera vez a vuestra habitación matrimonial. ¿Es necesario, padre, que le describa lo que observé? Al abrir la puerta de la antecámara, sentí el Réquiem de Mozart como una bofetada sacra en el rostro. Me extrañé, claro, porque la liturgia musical wagneriana era casi excluyente en su repertorio de melómano: algo de barroco, un poco de Bach ciertamente, pero jamás Mozart, de quien le escuché decir a usted, que era el único músico que componía sin correcciones porque el maldito masón le ha vendido el alma al diablo, según su enojosa sentencia. El caso padre, es que, por una oculta razón que no podría precisar, me quedé largo rato en la antecámara, sin atreverme a avanzar para ver que le había sucedido a mi madre. Debo haber estado algo más de 20 minutos inmóvil porque durante ese tiempo escuché la parte del Réquiem que no había compuesto Mozart (4). Me sentía extraño; era la primera vez que invadía la privacidad sagrada de su lecho matrimonial. Varias veces intenté llamarla (hablo de mi madre) pero algo bloqueaba mis cuerdas vocales.
Muchos años padre; muchos años buscando recibir de mi madre el bálsamo del afecto a través de las escasísimas palabras y caricias que ella me prodigaba cuando usted se ausentaba temporalmente del Hostal. Y entonces sucedió: me quebré; entré en la habitación y me quebré, padre. Todo parecía conjugarse para ello; ignoro porque razón usted había dejado el Láserhologram en reproducción continua. Lo cierto es que el holograma, con los músicos de la orquesta, los solistas y el coro, expandían sus figuras virtuales e inasibles a lo largo y ancho de la habitación, fluyendo a través de las aberturas de cristal del vestidor y la antecámara.
Sin embargo, frente a ella me quebré. Y no le está hablando un hombre blando, padre. Le está hablando un hombre que en la selva colombiana, cuándo el alcohol y el misterio de la noche se conjugaban para abrir el cauce a la nostalgia, antes que los efluvios etílicos ganara los corazones de los cazadores- ya lo sabe usted, aún entre las sombras más oscuras de la perversidad suele brillar un rayo de luz compasiva - éstos redoblaban la apuesta, rivalizando para ver quien era el más rápido en asestar la feroz puñalada sobre un prisionero vivo y arrancarle de golpe el corazón. A mi no me lo contaron, padre. Lo observé con mis propios ojos. Y sabe que es verdad porque usted mismo fomentaba ese tipo de torneos. Pero a veces, una muerte pueden ser todas las muertes, padre. Me quebré cuando vi lo que usted no pudo ver en mi madre: los dos orificios de bala a la altura de las sienes, la rigidez cadavérica, los enormes ojos verdes abiertos mirando sin ver el brocado azul del cielorraso, las marcas de las esposas sobre sus frágiles muñecas; ciertos hematomas que comenzaban a dibujarse en su cara; la lencería rasgada, y sobre todo, el pañuelo blanco y amarillo que le cruzaba la frente con esa leyenda cuyo significado simbólico no alcancé a comprender: VIRGIN MARÍA. MOTHER OF GOD ( Ciertamente, todavía no comprendo por qué le puso la cinta con esa leyenda antes de matarla…).
¿Me oye usted, padre? ¿Me oye desde algún maldito rincón de la eternidad? Si es así, padre, le ruego que no me guarde rencor. Después de todo, padre, sólo cumplí con uno de sus postulados: si usted cree que alguien debe morir, mátelo sin compasión”.
_____________________________________________________________________


(1) “Padre: en la escuela dicen que Jorge es mi hermano. Que la madre está en Buenos Aires internada en un Hospital y que usted se encarga de pagar todos los gastos...”
(2) Servicio de Informaciones Estatal
(3) Lo siento, perdón.
Nuevo mensaje de Dios para los hombres libres de lacras.
¡No a la homosexualidad!
¡No a los tullidos!
¡No a los locos!
¡No a los contestatarios!
(4)Refiere a los últimos compases de “Lacrimosa”, y la totalidad de “Domine Jesu”, “Hostias”, ”Quam Olim”, ”Sanctus”, “Agnus Dei” y “Comunión: Lux aeterna” compuestos con un envidiable y sorprendente virtuosismo por Franz Xaver Süsmayr, alumno de Mozart, a la muerte de éste. De esa manera, quedaba completado el “Réquiem”. Los exaltados panegiristas del autor de “La flauta mágica,” se niegan a “blanquear “este episodio, entendiendo que obra en desmedro de su genial talento (N.del A.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario